La inteligencia artificial (IA) es un logro fantástico de la ingeniería humana. Los enormes beneficios que ha aportado a nuestra vida cotidiana, individual y social, no pueden ocultársenos. Como toda tecnología, nace y se desarrolla con múltiples e insospechadas aplicaciones, cuyas potencialidades no dejan de asombrarnos y, por supuesto, también a veces inquietarnos.
Recientemente ha llamado la atención de los medios de comunicación la aplicación de la IA al ámbito religioso pastoral, es decir, su uso para sustituir a ministros en tareas de enseñanza espiritual como las homilías y de ejercicio sacramental como la confesión. Iglesias de diferentes denominaciones cristianas, particularmente en los Estados Unidos y Europa han abierto un campo de experimentación pastoral con la IA.
Sin duda, la IA puede ser una herramienta muy útil en muchos campos de la actividad de la Iglesia: pastoral y académico. ChatGPT en sus versiones más desarrolladas puede contribuir a la tarea de la enseñanza de la fe como también ya lo hacen las bibliotecas y otros muchos recursos tanto escritos como digitales. Además, la IA bien puede apoyar a desarrollar estupendos recursos visuales, auditivos, y por qué no también de realidad inmersiva, de manera análoga como en otro tiempo contribuyeron murales, esculturas, vitrales, pinturas, incluso el cine, mostrando de manera plástica la Historia de la Salvación y las figuras y narrativas de la fe. Esas expresiones respondían tanto a desarrollos técnicos y materiales como también al ingenio artístico, arquitectónico y tecnológico de cada época. Pensemos que la escritura desde sus orígenes se ha valido de artefactos (óstracon, papiros, pergaminos, códices, libros manuscritos e impresos, hoy digitales en distintos formatos, etc.). La iglesia se ha valido ampliamente de todo eso con gran provecho no sólo práctico, sino también cultural y espiritual. Ni la fe ni la espiritualidad están reñidos con los artefactos, las técnicas, las ciencias y cuanto invento genial ha salido de la inteligencia y creación humana. Por lo mismo, y en esa misma línea, tampoco la IA está reñida con el provecho evangelizador, pastoral y espiritual.
No obstante, la magnífica interacción que la IA generartiva produce con nosotros los seres humanos, a veces lleva a muchos a olvidar de que es una máquina que hace eso mediante entrenamiento con bases de datos. Si bien los resultados y la experiencia que provoca son sorprendentes, no deja de ser un artefacto que combina datos mediante aprendizaje automático y procesamiento de lenguaje natural. Cualquier persona consciente de esto interactúa de manera análoga como lo haría con otros muchos artefactos útiles, sin caer en confusión emocional ni cognitiva a este respecto.
Lamentablemente, las apariencias de una interacción que simula ser equivalente a la relación personal pueden suscitar -y de hecho ya ha suscitado- consecuencias no deseadas, incluso trágicas, en personas de diversa condición, edad y cultura. Recordemos el reciente caso de un adulto joven que se obsesionó con un personaje creado por la IA y acabó suicidándose. Otro caso lo conforman quienes creen estar interactuando con el ser amado ya difunto, mediante la IA que combina diversos recuerdos suyos como la voz y otros datos, formando “conversaciones” o incluso representaciones inmersivas que se perciben como “reales”. Es importante, por consiguiente, ser prudentes en el uso generalizado de la IA en la interacción pastoral.
La fe cristiana no responde a un conjunto de datos articulados algorítmicamente y expresados, con mayor o menor perfección, en lenguaje natural. Jesús no es un “data base”, ni su presencia una simulación algorítmica. Incluso, por muchos datos (conocimiento racional y doctrinal) que manejemos acerca de Dios, eso no nos da su presencia. La fe cristiana no es una “gnosis”, sino una comunión en el amor mutuo de los hermanos (cada persona humana) con Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los sacramentos no son fórmulas mágicas, sino la presencia amorosa y acogedora de Jesús vivo, resucitado de entre los muertos. No interactuamos con sus dichos y palabras, sino con Jesús mismo, vivo y presente. Las figuras (esculturas, pinturas, etc.) nos evocan su presencia siempre actual en medio nuestro, pero no nos equivocan, no nos confunden. La foto de mi madre, digital o no, me evoca tantos hermosos recuerdo de ella, pero ciertamente no es ella. Los sacramentos y la liturgia cristiana nos hablan de realismo espiritual, Dios está aquí, vivo y actuante, presente en el sacramento y en la comunidad de hermanos que es la Iglesia celebrante. Más aún, Jesús vivo se ha identificado con la mujer encarcelada, el hombre enfermo, el niño abusado. La IA es una herramienta magnífica para muchas cosas, pero no sustituye el encuentro personal con Dios en la oración, el sacramento y el pobre. Tampoco sustituye la comunión mutua entre los seres humanos a la que Jesús nos llama.
En el siglo XXI, desarrollemos y trabajemos por una IA centrada en la persona humana, a favor del bien de la humanidad, con la fe en la promesa de Jesús vivo: “Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo”.
Dr. Juan Carlos Inostroza
Académico Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía UCSC
Profesor del Doctorado de Inteligencia Artificial