Este año para el Papa Francisco era particularmente especial, lleno de planes y celebraciones. Convocó a un año Jubilar “Peregrinos de la esperanza”. El 13 de marzo se cumplen doce años de su misión como sucesor de Pedro. La fecha de semana santa cristiana católica coincide con la cristiana ortodoxa, posibilitando, tras muchos siglos, la oportunidad de mostrar un gran signo de unidad entre gran parte de los cristianos. Además, se conmemoran los mil setecientos años del gran Concilio de Nicea, como momento central de la expresión del contenido de la fe de casi todas las denominaciones cristianas. Deseaba continuar con su incansable labor de convocar a la paz, la construcción de una cultura del encuentro, del diálogo y del cuidado de los más frágiles de nuestra sociedad. Todo ello, con sus viajes como peregrino de la paz y diversos encuentros en los que propone la vivencia de los valores del evangelio como un bien para la sociedad plural, capaz de tender puentes, generar diálogo y entendimiento para la búsqueda del bien común y la colaboración entre los distintos pueblos y culturas.
No obstante, como es sabido, ahora se encuentra hospitalizado, con pronósticos que varían, pero que coinciden en que su estado es delicado. Su fragilidad se muestra con toda crudeza. Él, que siempre llamó a cuidarnos los unos a los otros es ahora cuidado. Él, que constantemente nos animó y sostuvo con sus palabras y oraciones, nos pide con más fuerza que lo sostengamos a él con el poder de la oración.
La enfermedad, la debilidad, el dolor, la fragilidad, la experiencia de la posibilidad de la muerte cercana las vive en carne propia. Pero desde esta situación, su último mensaje publico ofrecido con motivo a la próxima cuaresma, lo comienza con el texto de 1Corintios 15, 54-55: “La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?”. Cuando la noche de la vida se cierne, cuando la oscuridad, el silencio y la soledad acechan, Francisco nos testimonia lo esencial. Hay un vínculo y un encuentro irrompibles: la fe nos abre a la esperanza, jamás estamos solos, la Palabra y Luz de Cristo nos sostiene. “No se dejen robar la esperanza” acostumbra a decir. Este vínculo esencial, nos muestra otro vínculo que disipa la sombra del sufrimiento, la fragilidad y el temor a la muerte. Se trata de la cercanía de la comunidad cristiana y la fraternidad humana, como expresiones de un amor gratuito. Por eso, pide oración y oramos por él.
Francisco testimonia la fe y la esperanza que saben que el rostro de Dios siempre está ahí, ofrecido. La experiencia de la fragilidad y el límite de nuestra existencia nos hacen mirar a lo fundamental. La oración cristiana es en sí misma un acto de esperanza, porque sabemos en quien hemos puesto nuestra esperanza-confianza, en Aquél que nos amó primero y gratuitamente. En este tiempo de gran fragilidad, Francisco está haciendo vida, quizá más que nunca, el lema que lo ha guiado en su servicio y seguimiento a Jesús: “Miserando atque eligendo” (mirándolo con amor, lo eligió).
Patricio Merino Beas
Decano Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía UCSC