La democracia y la libertad no es un binomio que funcione de manera automática. Democracia y libertad pueden ser complementarias, dependiendo de cómo se las entienda y ejerza. Existe la democracia “formal” pero no real, así como la libertad “formal” pero no real, y también se puede dar democracia y libertad razonablemente reales y en ejercicio. En la historia reciente de Occidente, ambos términos (democracia y libertad) han sido objeto de manipulación eufemística por todos los regímenes políticos del mundo civilizado. Prácticamente ninguno ha escapado a un abusivo y deformado uso de ellos en algún concreto momento de interés ideológico.Pero esto no significa que la democracia y la libertad no existan o no se deseen de manera viva y seria por las personas y los ciudadanos.
Lo que caracteriza a la democracia es la participación efectiva y proporcionada de todos en el orden político del país. Lo que caracteriza a la libertad humana es el libre arbitrio, la capacidad de elección entre alternativas diferentes, la capacidad de determinarse por una de esas alternativas y descartar otras, una vez que ellas son comprendidas y entendidas por nosotros. Por eso, no basta con poder votar, sino que es necesario un sistema que permita la formación de diversas corrientes de opinión (partidos políticos), la libre exposición de las ideas (libertad de expresión), la reflexión y el discernimiento (libertad de reunión, encuentro e intercambio entre las personas y ciudadanos). Así mismo, se necesita un sistema que resguarde a las minorías frente a las mayorías y también a la persona individual frente al descomunal poder del Estado. Ese resguardo se alcanza con la “igualdad ante la Ley” y otras dos cosas fundamentales: La separación de poderes del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial) y la independencia del Poder Judicial respecto de los poderes políticos (el ejecutivo y el legislativo). A esto llamamos “Estado de Derecho”.
Las personas y ciudadanos pueden legítimamente preferir vivir un régimen no-democrático, por ejemplo, una monarquía absoluta o un régimen teocrático o tiránico; oligárquico o plutocrático, etc. Puede haber monarcas absolutos muy sabios y quizá muy buenos gobernantes, ¿por qué no? Pero lo claro es que -por muy buen gobernante que fuere- no sería un régimen democrático. El absolutismo de un partido único, tampoco lo sería. Podría funcionar, obviamente que sí: China y Corea del Norte funcionan, aunque a su manera naturalmente. Pero no son democracias.
Dicho en otras palabras, uno podría elegir vivir en una “jaula de oro” y valorar lo maravilloso del oro, y no importarle que sea una jaula. Y otro podría decidir que, por muy de oro que sean los beneficios que se me ofrecen, la libertad vale más. Y rechace el oro, no por ser oro, sino por ser “una jaula”.
El miedo a la libertad puede llevar a muchos a someterse a cualquier tipo de absolutismo o de totalitarismo. Toda libertad tiene riesgos, pero eso es precisamente ser un ser humano: ejercer la libertad y asumir sus riesgos. Quien tiene a su libertad como principal valor de su humanidad, difícilmente escogerá vivir en una jaula (prisionero/a), por mucho que esa jaula sea de oro.