Milton Friedman, famoso premio nobel de economía y por su Teoría de los Precios, dijo en una entrevista algo que se verifica completamente en Chile: “Los dos más grandes enemigos del mercado libre son los académicos universitarios y la gente de negocios”. Bueno, dejemos de momento a los académicos y sus reinos de libertad y la soberbia que a veces nos traiciona. Pero, ¡La gente de negocios! Así es, insiste Friedman, ellos son enemigos del libre mercado, no sus amigos. ¿Por qué? Y sigue Friedman: “La gente de negocios (la mayoría de ellos) dan muchos discursos promoviendo y defendiendo las virtudes del libre mercado (de la boca para afuera, obviamente). Pero cuando se trata de sus propios negocios acuden al poder político (gobiernos, parlamentos, políticos, etc) para pedir tarifas especiales y proteger su propio negocio, quieren deducción fiscal especial, subsidio oficial (¡Sí, del Estado!)”. Ejemplos hay muchos, él cita uno de ese momento: la quiebra de Chrysler. Dicho en otros términos, la mayoría de la gente de negocios está en contra del libre mercado cuando se trata de sus propios intereses y actúan rompiendo a destajo las reglas del libre mercado. ¿Hace falta mencionar algún ejemplo chileno?
Los verdaderos beneficiarios de un libre mercado son las mujeres y hombres invisibles, los pequeños consumidores y los trabajadores comunes. Pero desgraciadamente no tienen el tipo de influencia política que los hombres de negocios. El libre mercado funcionaría, si la mayoría de los hombres de negocios no lo corrompieran y los gobiernos y políticos trabajaran realmente por el Bien Común del país, manteniendo firme el timón y regulando la influencia nefasta de tales “businessmen”.
Hay un dicho muy antiguo que refleja el fato de la tragedia griega. En una tragedia muere alguien. Una tragedia no es un simple drama. El dicho es el siguiente: “Nadie quiere la tragedia, pero todos cooperan para que efectivamente ocurra”. No creo en el fato, creo en la libertad humana, ciertamente no absoluta, sino creada y participada. Todo puede mejorar y todo puede, lamentablemente, empeorar. Todo eso depende de nuestras decisiones (no de una decisión, sino de muchas).
Los populismos son reacciones oportunistas, pero muy efectivas. No conducen a nada bueno, lo sabemos por la historia. Son como las drogas, producen al inicio un placer y satisfacción (social en este caso) altísimo, pero tras la tercera dosis comienza la caída y el hundimiento en el dolor, la decepción y la desesperación. Los populismos, a veces, son inevitables, pues las clases dirigentes de los países se han corrompido de tal manera (buscando únicamente su propio interés) que la mayoría de la gente común no tiene otra alternativa que aceptar al populista que ofrece “la campana de goma” o “el puente Cau Cau”.
Chile necesita hoy una profunda transformación, pero no cualquier transformación es buena para el país. La clase política debe entender que el mero pragmatismo y la mercadotecnia no es la solución a los problemas que enfrentamos como sociedad. Y que tampoco el populismo sacará al país de tales dificultades. Hace falta una propuesta de largo plazo, que considere además una etapa de transición, que será costosa y dura, y que se necesitará temple y liderazgo de convicciones profundas para no desfallecer. Conducir un pueblo a la libertad atravesando el desierto, exige eso: temple, convicción, una ley y la colaboración mutua. Y, finalmente, un alto sacrificio. Como Moisés al liberar a Israel de Egipto, el líder actual ha de sostener al pueblo común en sus fragilidades, búsqueda de soluciones fáciles y quejas. No sólo hay que liberar de algo, el líder también debe tener un proyecto, una libertad para algo. Chile hoy necesita todo eso.
Dr. Juan Carlos Inostroza
Académico de la Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía