La mayoría de la gente tiene miedo a la libertad, miedo a ser ellos mismos libres. Sí, porque ser libre es duro y pesado ya que de cada acción que decides resultas siempre imputable para bien o para mal. Es más cómodo y fácil que otros decidan por ti, una especie de “dulce esclavitud”, una idea romántica que la mayoría de las veces se vuelve trágica, mortal. En efecto, porque quienes consiguen el poder político, normalmente valiéndose de una poderosa mercadotecnia, rápidamente abandonan sus ideales democráticos para abrazar las aspiraciones tiránicas, promoviendo ciudadanos sumisos y muy productivos. Hoy practicar la democracia es tan difícil y duro como pretender ser libres.
Por supuesto, muchas y muchos confunden ser libre con darse gustos de todo tipo, hacer lo que le pida el cuerpo, etc. Pero en política eso equivale a quedar a merced de cualquiera. Y una sociedad que maneja recursos como para “darse unos gustitos” y toda su energía está en “luchar” por que se le mantenga cierta cuota de “gustitos”, no es más que una sociedad sometida y dominada por los grupos de poder y quienes conocen cuáles son esos “gustitos”. Es una sociedad “amaestrada” como un animal de circo.
Una sociedad libre es una sociedad que tiene un proyecto nacional, trabaja por él y lo defiende. Una sociedad que quiere ser libre define sus valores innegociables. Sin duda ya habrán saltado algunas y algunos elevando a categoría de valores nacionales sus eslóganes y consignas mezquinamente ideológicas. Son los “cazadores de votos” que hacen de la política una actividad mercenaria, que se vende al mejor postor. Valores innegociables son precisamente eso “no-negociables”. ¿Cuáles podrían ser esos valores innegociables? ¡En una sociedad de libre mercado, por favor! Somos un país de libre mercado, ¡aquí todo se vende y se transa! ¿Es eso cierto? ¿No creen ustedes que hay cosas que no se pueden transar ni vender, “cosas” que por su valor son intransables, invaluables e innegociables? Se podrán regalar o donar, precisamente porque no hay quién pueda pagar por ellas. En el peor de los casos, se las podrá robar o expoliar. ¿Cuáles podrían ser para nosotros chilenos esos valores innegociables? Es algo que cara a nuestro futuro inmediato les invito a conversar y reflexionar seriamente, si es que no quieren terminar como un animalito de circo bailando por generaciones al son de la música de quien tenga el poder mercenariamente o como dicen hoy día “lucrando”.
En mi opinión, la de un simple ciudadano “de a pie”, uno de esos valores innegociables ha de ser la honradez e integridad de los políticos e Instituciones del Estado. Pero ante el lamentable panorama actual, eso requiere un proceso no sólo de promoción sino de férrea defensa del valor de la honradez e integridad con penalizaciones ejemplarizadoras para quienes han vivido mercenariamente de la política y dañado tan gravemente a los chilenos de toda clase y condición. No vale “hablar en negativo”, discurseando de “anti-corrupción”, etc., hay que hablar en positivo enunciando el valor mismo que se propone. El otro valor innegociable, para mi, es la integración a plena escala y a pleno derecho de todas las minorías segregadas por generaciones en nuestra sociedad chilena y que mantiene fragmentada nuestra identidad, comenzando por nuestros pueblos indígenas u originarios. Ésa es una herida abierta en el corazón mismo de Chile por más de 400 años.
Nadie ha dicho que esto sea fácil. Insisto, la mayoría huye y prefiere vivir una aparente libertad, es decir, una vida hecha de “migajas” o “gustitos” permitidos por quienes los dominan “democrática y mercenariamente”. Todo comienza con una conversación. Sí, porque conversando se entiende la gente en sus casas, en los cafés, en los trabajos, en las calles, en las plazas, en los campos, en los barcos de pesca artesanal, en los puertos, en los aeropuertos, etc. Sí, en todas partes conversemos estas cosas. De esas conversaciones saldrá una conciencia y una nueva mentalidad para vivir nuestra libertad como proyecto de un país humanamente habitable.
Dr. Juan Carlos Inostroza
Académico Instituto de Teología UCSC